7 En cancha, 14 En sueños.
Cada deporte tiene su propia esfera mágica que impulsa a cada jugador a alcanzar la victoria, y cada una de ellas tiene su propia particularidad que las hace especiales y dignas de reconocer en cualquier cancha y deporte. Así es como una pelota de béisbol pesa 142 gramos, o que las pelotas de tenis son felpudas para permitir los efectos; tal vez es algo más interesante que las pelotas de volley hayan surgido de las cámaras de los balones de baloncesto, o que la primera pelota de baloncesto haya sido una de futbol, curiosamente, del deporte escogido por 14 jóvenes, que vieron en él una posible entrada a sus sueños. Un balón de futbol tiene 32 caras, y tal vez nosotros, hayamos escogido, el balón menos peculiar, pero sin duda el que tiene más historia.
Me gustaría remontarme al mes de agosto de 2017; en el taller de futbol teníamos nuestra primera clase juntos. Ahí estábamos, 18 alumnos que compartíamos la misma pasión por el futbol. Comenzamos a hablar, a presentarnos, bromear de cosas simples y a platicar sobre los primeros resultados de una Liga que acabaría con el equipo culé campeón y del comienzo de una Champions que acabaría en manos del equipo merengue. Ninguno de nosotros se imaginó que el equipo de la ciudad Condal y el equipo de la capital española ganaría esas competiciones, al igual que tampoco nos imaginamos lo que ocurriría 9 meses después…
…llegaba el día tan esperado para muchos. Era la espera de meses y meses de preparación física, condición y técnica. Habíamos pasado por proyectos, evaluaciones, problemas, incluso algunos exámenes de admisión para la universidad. Había llegado la hora de la inauguración de un torneo que seguramente iba a cambiar algo en nosotros. Nada sería igual después de haber participado en el certamen, y todos lo sabíamos. Cuando acabo la ceremonia, me encontraba totalmente envuelto en el ambiente, pero por dentro, un sentimiento me impulsaba a avanzar hacia la cancha.
14 horas habían pasado ya de aquel día, y estábamos por librar nuestra primera batalla. Como gladiadores preparándose en el coliseo, comenzamos a preparar nuestras armas, las estiramos, las calentamos, corrimos con ellas y pronto descubrimos que nuestros músculos estaban listos para luchar, hasta que el sonido llamó para que comenzara el encuentro. Comenzó la charla técnica, el posicionamiento, los aplausos, lo que siempre se hace antes de comenzar una gran batalla por el balón. Pero esta vez fue diferente. Veía a mis compañeros y no los reconocía, sus expresiones demostraban muchas cosas, menos a lo que siempre me tenían acostumbrado, pero, al mismo tiempo sentía que los conocía de toda la vida.
No sé lo que ocurrió, era tanta la emoción que de pronto me encontraba corriendo tras la primera pelota. Veía a todos, dando el 100% al inicio del partido para imponer superioridad. Fueron tantos minutos de ida y vuelta, que cuando reaccioné, ya habíamos dejado nuestra huella en dos ocasiones dentro del campo rival. Ahí estaba, viendo como mis compañeros y yo manteníamos el control del combate, jugada tras otra intentábamos hasta neutralizar al enemigo. Metimos el tercero, la confianza al máximo, pero nuestros escudos a lo menos. Nos cayeron dos, y al mismo tiempo perdíamos a nuestros guerreros titulares.
Uno de mis compañeros de ataque y yo, habíamos tenido que salir, la pelea había sido mucho para nosotros. Desde las gradas, parecía que los siete que estaban fuera también estaban adentro. Al grabarme esa imagen, me transporté nuevamente a la cancha y fui testigo de las dos estocadas finales. 5-2, el marcador final, nuestra primera victoria detonó en mi un increíble orgullo por mis compañeros guerreros, pero al mismo tiempo una preocupación grupal, en la que creíamos que sería la maldición del primer partido.
A la mañana siguiente, comenzábamos a imaginar cómo sería el segundo encuentro. Era más temprano, contra un rival mucho más difícil, pero nunca nos dimos por perdidos, aunque esa batalla terminaría siendo un golpe duro. El partido comenzó, y el rival nos dominó en casi todas las zonas. Estábamos utilizando solamente nuestros escudos. Cayeron dos y el partido acabó, así solamente. Siempre es necesario recordar lo negativo, pero lo importante es lo que hacemos después de un suceso así. Habíamos perdido, teníamos que aceptarlo y pasar la página de un libro, que seguramente terminaría en un final feliz porque habíamos dejado todo en la cancha.
Dos horas después teníamos el partido clave, contra los jugadores de la playa de La quebrada. Podíamos sentir la presión por ganar el encuentro, y nuestro rival sin duda que también sintió la presión atmosférica. Comenzábamos nuevamente a calentar, preparando nuestras armas, que habían quedado, algo desgastadas por la batalla anterior. Nuestro comandante, nos inspiró para plantarnos en la cancha con autoridad, pero sobre todo disfrutando la batalla. Comenzaba el partido, y yo me sentía con ganas de más, quería conseguir la esfera mágica costara lo que costara, y todos mis camaradas también lo deseaban, y eso nos llevó a meter los dos primeros goles pocos minutos después de que comenzara el encuentro.
Después de luchas de poder, barridas, humillaciones, fintas, pases certeros y muy buen ánimo, comenzábamos a agotarnos. Teníamos que asegurar el partido, y así lo hicimos, metimos el tercero. Saltamos de emoción, porque sabríamos que, consiguiendo la victoria, tendríamos la oportunidad de participar en la batalla final, y definitivamente teníamos ganas de más, pero el partido no acaba hasta que el silbato suena, y lo terminamos dando todo en el campo. Esa tarde fue especial. Las sonrisas no se borraban del rostro de mis compañeros. Nunca había visto tantos dientes en mi vida.
4 de mayo de 2017. El autobús llegó, y yo veía a mis camaradas bajar, con nervios, claro, pero más que nada con determinación. Esa mañana era especial. Nuestra oportunidad de ganar el primer trofeo para nuestra región. Todos nuestros compañeros se encontraban en las gradas, de un coliseo que se veía inmenso comparado con el de los dos días anteriores. Era otro sentimiento, otra sensación, y yo estaba decidido a dejar todo en la cancha, al igual que mis amigos. Para esa mañana, ya sabíamos lo que el otro quería y viceversa. Algunas veces conoces mejor a tus compañeros dentro de la cancha que afuera, porque ahí, tu mente se despeja, no piensas en nada más que en lo que estás haciendo y te concentras sólo en una esfera mágica, que se mueve alrededor de tus pies.
Nuestro comandante nos llamó y nos dio una pequeña charla final. No sabía que pasaría, pero ya habíamos llegado hasta ahí. La batalla final comenzó con un silbatazo que inundo todo mi ser, veía a los gladiadores, correr, golpeando la pelota hacia su objetivo. No pasaron más de 10 minutos, para que pudiera vivirlo en propia carne. Ya estaba de nuevo en el partido, después de una lesión que me apartó. Comenzaba a ver a mis compañeros, imponían, imponíamos.
Siempre hay alguien que se pasa de fuerza. El silbato sonó, y se hizo una bola alrededor del supervisor de la batalla. El árbitro había cobrado la pena máxima. Nuestro capitán se acercó peligrosamente al balón, amenazando con clavarlo dentro de la red. El guardapalos respondió desafiante. Fueron los tres segundos más largos del torneo. Me pasó un partido completo por la mente, desde que el supervisor indicó que podíamos aprovechar la oportunidad hasta que vi pasar la esfera dentro del arco rival. Comenzó una explosión. Todo el césped de la cancha se erizó por la emoción que sentimos. Pero, duró poco, no queríamos elevarnos al cielo aun sin haber ganado en la Tierra.
Para mi sorpresa, ahora el rival capitalino tenía derecho a una pena máxima. Los mismos tres segundos de larga duración pasaron por mi mente, justo cuando vi que el balón se había ido fuera. Suspiré. El encuentro nunca dejo de ser emocionante. Los dos rivales luchábamos por sobrevivir, y ganar una batalla que sólo se gana una ves en tu vida, porque cada una es diferente. Justo cuando comenzábamos a implementar el doble de escudos, el segundo tanto cayó. Por un momento, en el trayecto desde la banda izquierda hasta nuestro banquillo, se me olvidó el cansancio y corrí hasta más no poder, nos abrazamos todos, y también a nuestro comandante y a nuestro capitán, quien había hecho una batalla de ensueño. Los minutos no fueron largos para mí después de aquel festejo. Sabía que lo habíamos conseguido, desde el momento en que noté nuestra actitud para el primer partido y desde el momento en que vi a todos los gladiadores, como una verdadera familia…